Polillas y termitas
- David Lane
- 25 ago 2020
- 1 Min. de lectura
He escarbado hasta la saciedad sin encontrar nada. En las cestas donde los cereales secos y los dátiles arrugados podían ser fuente de vida, también en los botes de la pasta y en el cesto de los ajos. No hay nido sino descendencia sin arraigo, como la mosca que sobrevivió durante días en la cocina; la polilla solo quiere vivir, y eso basta. Para nosotros, sin embargo, la mera existencia no es sino un medio para un fin cuyo sentido nos ocupará toda la vida, hasta el día de nuestra muerte. El espíritu de una divinidad remota vive a través de estas polillas indestructibles, testigos permanentes de nuestra decadencia física y nuestro vulgar paso por el mundo. Polillas y termitas son también los colgajos y fragmentos deshilachados del cosmos, que oscurecen nuestra visión y debilitan nuestra fuerza. El orden del filósofo está continuamente amenazado por ellos. Hay en la luz que se filtra como un veneno peligroso a través de la ventana un rastro de falsa esperanza, que es el sentimiento intuitivo que también dirige la vida de los insectos y los demás animales. Ellos no necesitan un nido ni una raíz, la mera presencia les basta, como tampoco necesita raíz la transfiguración del misterio en la luz.

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