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Erosiones digitales

  • Foto del escritor: David Lane
    David Lane
  • 27 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

Nada menos material que la sociedad de la imagen- la imagen digital no se empolva, no se quiebra, no sufre mutaciones, cambios ni evoluciones. El viejo libro amarillento despliega sus páginas con inexacto ritmo a lo largo de los años: páginas que se pegan, tinta que se borra, cubiertas despegadas: el libro es en ese sentido un animal vivo, sujeto a las transformaciones propias del mundo orgánico; en él se reproduce la dialéctica del cambio y el movimiento que actúa sobre todos los seres de este mundo. La pantalla digital es, por contra, el dispositivo ideal de la ideología: en él no hay transformación ni erosión: permanece idéntica a sí misma, y lo mismo sucede con la información 'flotante' del universo digital, en la que nuestros viejos blogs se convierten en monumentos anónimos eternos y nuestra huella parece en cierto modo imborrable y perenne.


La pantalla digital es el dispositivo ideal de la ideología no solo porque ignora el cambio y la transformación, sino sobre todo porque ignora la posibilidad latente de su propia finitud: una hecatombe cósmica que diera al traste con toda idea de la tecnología moderna, que borrara sobre la faz de la tierra toda memoria digital y que nos devolviera de un soplo a la edad de las cavernas. Pero para este proceso el desastre cósmico no es imprescindible: bien podemos imaginarnos una suerte de Unabomber futuro que fuera capaz de desactivar todas las entrañas del mundo digital y volverlo obsoleto o simplemente aniquilarlo. Mientras tanto, sin embargo, el dios digital impera como un monolito indestructible a la luz del sol, idéntico a sí mismo, impermeable e inmaterial. El trato continuo con este monolito transforma- qué duda cabe- nuestros aparatos de percepción, da a nuestra naturaleza elástica una forma determinada y una dirección unívoca. La capacidad perceptiva tridimensional sufre una pérdida importante. Los viejos objetos tridimensionales permanecen a un lado, sujetos a las leyes del tiempo, la caducidad y la temporalidad, y cada día que pasa perdemos un poco más nuestra capacidad de valorarlos, de entenderlos, de tratar con ellos. Es la distopía del mundo de ideas digital platónico, que ha venido para comerse las copias finitas de un mundo cada vez más irrelevante, que solo adquiere su verdadera realización en tanto se despliega y trasciende en la episteme digital.


Llegará un día en que los objetos sensibles de este mundo sean juzgados por los de aquel, y no al contrario. Accederemos a lo inmediato solo a través de la mediación digital; el objeto sensible y material, ubicado en el aquí y en el ahora, se convertirá en un enigma solo descifrable en términos de gramática binaria.

 
 
 

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