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Espectros

  • Foto del escritor: David Lane
    David Lane
  • 4 sept 2020
  • 4 Min. de lectura

El espectro es en filosofía un viejo amigo. O tal vez no amigo- los filósofos en general nunca le han considerado como tal, excepto en casos muy específicos- pero lo que es seguro es que se trata de un muy antiguo compañero del pensar. Como tal, aparece ya en forma de copia de la idea o fenómeno en los antiguos platónicos, como error o alucinación de la percepción en los modernos y por último, ya en nuestra era contemporánea, en forma de ideología, ya sea en el famoso espectro del comunismo del Manifiesto o como comportamiento o tradición caduca y obsoleta. El espectro es importante para el pensar en tanto solo gracias a él podemos pensar lo verdadero; el espectro es en ese sentido la condición de lo verdadero, en tanto la apariencia o la falsedad es el correlato necesario que hace de lo verdadero algo con sentido. El espectro niega esa 'estupidez de lo real' de la que habla Clement Rosset, esa inmanencia presentista a la que quedaría reducida la realidad misma; la experiencia del espectro nos habla de la duplicidad del mundo, de la posibilidad del mundo- y de los mundos-, de la trascendencia de lo posible en suma. La unidimensionalidad del mundo es impensable siempre que exista el espectro; el espectro obliga a que la fenomenalidad de lo real siempre tenga a su disposición una nueva dimensión, siempre sea capaz de desplegar nuevas facultades y horizontes.


Hay, por tanto, un solo espectro, pero un espectro con diferentes cualidades: por una parte, hay un espectro del pasado, -'fantasmas del pasado' es un título recurrente en el infinito mundo del telefilme estadounidense-, un fantasma como residuo, como huella; es aquello que hoy se concibe como lo no-revivible, como lo que persiste, resiste o sub-siste en lo actual, en forma de viejos recuerdos, de viejos esquemas, de ideologías obsoletas e irrealizables. Pero a menudo, la forma pasada del espectro se puede mover hacia adelante: es lo que sucede cuando nos damos cuenta de que viejas semillas aún pueden dar sus frutos, cuando en el cementerio de entes en que consiste la historia encontramos herramientas aún utilizables o minerales explotables. También hay un espectro futuro en cuanto tal: es el espectro del que hablaban Marx y Engels en el Manifiesto, una especie de vocerío de fondo- Hintergrund- que señala algo, que manifiesta un acontecimiento aún borroso, aún no totalmente determinado en un futuro próximo. El horizonte del espectro futuro es también el horizonte de la sensibilidad humana misma y de su capacidad cognoscitiva, que se concreta o determina en esperanzas y temores: esperanza como lo aún no presente y deseado, temor como lo aún no presente y que amenaza nuestra integridad desde un tiempo aún no sucedido. La movilidad del espectro delimita exactamente el contorno de nuestra efectualidad real, de nuestra inmanencia fáctica en el aquí y en el ahora. El espectro es entonces aquello que nos rodea o nos cerca, aquello que nos acompaña o que acompaña la facticidad del presente desde el imposible situado más acá o más allá del tiempo realmente vivido. Este carácter intangible del espectro en tanto espectro temporal no lo hace menos real, sino que lo convierte en un condicionante básico que permite la aparición de lo real: como lo verdadero, el espectro es la copia, el bastón, la estructura que lo hace posible.


Se habla sin embargo de espectros como tales: el fantasma que nos asusta al subir las escaleras de una vieja mansión, el fantasma romántico por excelencia, viejas obsesiones que se resisten a morir, a pesar de que tampoco viven exactamente, sino que parecen estar esperando que alguien- quizá el propio espectador- les lleve, como la barca de Caronte, al destino deseado. No hay nada de qué burlarse en esta experiencia general de la humanidad; al contrario, hoy deberíamos ver como superficial la actitud supuestamente científica que reniega de la existencia de estos espectros. Lo extraño, sin embargo, es suponer que no debería haberlos. Que todo el 'cuento lleno de ruido y furia'- Shakespeare- en que consiste este mundo no dejara tras su paso una huella espectral, en forma de sonidos, fantasmas, catástrofes y quién sabe qué otros fenómenos- sería de una crueldad abominable y de un absurdo mayúsculo. En este sentido , el espectro que algunas personas perciben no es sino otro testimonio del paso del mundo a través de sí mismo, la huella cristalina y permeable que todo el ruido de este mundo ha de dejar tras su paso. Lo extraño sería concebir que todo el instante presente agotara la experiencia y la herencia que ha de dejar el mundo a los habitantes que en él viven. El espectro no es sino la violencia desplegada por el movimiento del mundo, así como la puerta no se cierra violentamente sin un efecto en el aire, ni la lluvia veraniega se marcha sin dejar tras de sí un vapor cálido que es huella y testigo sobre el asfalto que cruje.



 
 
 

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