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La visita del bokor

  • Foto del escritor: David Lane
    David Lane
  • 25 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

La estrategia más sibilina que ha creado el mundo del mercado ha sido la de la negación del derecho a la locura. La locura es ese estado de excepción en el que el sujeto queda absuelto por fin de toda carga y responsabilidad; ha escapado de la forma más extrema a las imposiciones intolerables de un sistema social que no puede ya dar cuenta de sus efectos perniciosos y su acción vorágine y letal. El loco firma un acta que lo coloca fuera de estos conflictos contractuales inevitables para quien aún posee la razón. Su único deber se cifra en seguir las órdenes del enfermero, en tomar su medicina a la hora adecuada, en acostarse a la hora determinada por el médico. Pero los métodos para garantizar aquella responsabilidad social se han afinado hasta un punto extremo, evitando también que el acceso a ese estado de excepción sea tan fácil como antes: la industria farmacéutica ha venido en su ayuda.


Las psicosis ya no son contratos irrescindibles, sino pequeños acuerdos temporales que se rompen cuando acaba la temporada de reposo: el enfermo toma su pastilla y puede volver a la tiranía de su tragedia cotidiana, al inmoral puesto de trabajo. Ya no hay locuras definitivas; pero esa es también la razón por la que habitamos un mundo plagado de locos. Pues ellos ya no están en el viejo manicomio, sino que conviven entre nosotros, trabajan junto a nosotros, e incluso, algunos de ellos son capaces de acceder a puestos de poder o importancia social, lo que incluye un peligro obvio para la cordura de nuestras sociedades y países. La curación del loco significa que éste ya no puede desembarazarse de sus responsabilidades bajo la ruptura de su contrato social, pero también que muchos de estos locos bajo tratamiento conformarán una parte no pequeña de nuestra sociedad laboralmente activa.


Algo parecido sucedía en Haití a través de la figura mágica del bokor, que resucitaba a los muertos y una vez zombificados, se convertían en fuerza de trabajo para las plantaciones de esclavos. La industria farmacéutica ha conseguido traer de nuevo a la vida a quien en otro tiempo habría ya finalizado su contrato con ella, convirtiéndole en un zombificado que no puede huir de su responsabilidad social, cifrada simplemente en la obligación de vender su fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, ese sistema produce cada vez más enfermos crónicos y agotados, carne de psiquiátrico, que vuelven a ser reciclados en el sistema con la ayuda inestimable de los nuevos fármacos. Tal vez ya todos seamos esos enfermos, que utilizan fármacos alternativos- Netflix, Twitter, pornografía- para permanecer sujetos a las reglas contractuales que constituyen la realidad de nuestro mundo. No hay que olvidar que el zombificado es inconsciente de su estado. Incluso es posible que crea que sigue enterrado bajo tierra.


 
 
 

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