Tramas de la singularidad
- David Lane
- 15 oct 2020
- 2 Min. de lectura
No es la singularidad metafísica lo que provoca la angustia de la muerte- Anders-; este descubrimiento filosófico solo tuvo lugar en los dos últimos siglos. El miedo a la singularidad, el vértigo de la libertad kierkegaardiano apareció en circunstancias históricas y en desarrollos culturales muy precisos. En Kierkegaard la singularidad se opone a la ética y a la moralidad y queda enfrentada sin mediaciones a lo religioso en tanto aquella ética y moralidad, viciada por la hipocresía burguesa, ya no puede representar adecuadamente el concepto mismo de lo religioso. Rota la mediación que en el caso de Kierkegaard representaba la iglesia oficial, el individuo queda desnudo ante lo irracional, de cuya fuente infinita- Schelling- bebe la divinidad. Lo que tiene Kierkegaard ante sus ojos es un dios que no puede ya descomponerse en mediaciones conceptuales, que ha roto sus lazos con todo lo mundano y que aparece ante el individuo como un tirano colérico o un déspota caprichoso. Dado que lo racional siempre se halla en la mediación del concepto, su disolución arranca al individuo de sus enlaces mundanos y materiales y lo arroja a la 'noche de la nada de la angustia' heideggeriana.
Por eso el existencialismo, de Kierkegaard a Jaspers y de Sartre a Heidegger, tiene lugar en un momento nietzscheano de la historia, que coincide no por casualidad con la disolución de todos los valores y la decadencia de la autoridad burguesa en su sentido moral y en su dirección de la sociedad. La ruptura con las mediaciones que permiten la integración social del individuo – familia, Estado, sociedad civil, comunidad- convierten a éste en un singular a la deriva; el absoluto ante el que queda expuesto, llámese aquí Dios, libertad o simple caos de los fenómenos, es el precio que tiene que pagar por haber sido expulsado de una comunidad y en última instancia de la racionalidad misma.
La llamada 'angustia existencial', por tanto, no descubre una supuesta ontología humana relativa a la finitud y a la muerte-Heidegger-, pues tal finitud es expresamente negada por ejemplo por la teología católica que hizo posible la Edad Media, o por cualquier cosmovisión que quiera traerse aquí para enfatizar la trascendencia del individuo en un más allá de la muerte, sino una situación social y mundana y determinada históricamente en la que el individuo se encuentra solo, sin ayuda, enfrentado a una libertad que no se traduce sino en la incapacidad de tomar las riendas de su propio destino.
El dios kierkegaardiano- el dios que permite también, no olvidemos, el sacrificio de Isaac en una pira- representa para la perspectiva secular no otra cosa que la encarnación de lo irracional y del 'libre flujo de los fenómenos' cuando ya no hay instituciones que puedan darles un sentido porque han perdido la autoridad sobre ellos. Lo que queda en el espacio más allá de la mediación racional es la arbitrariedad, la injusticia del azar, el dios tiránico del Antiguo Testamento cuyos deseos, fines y mandatos son tan incomprensibles como la libertad infinita de la cual él mismo emerge.
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